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Patricio Estévanez y Murphy

1902

Periodistas de Tenerife | Patricio Estévanez y Murphy (Santa Cruz de Tenerife, 1850-San Cristóbal de La Laguna, 1926) estuvo al frente de la Asociación de la Prensa de Tenerife cuando fue fundada en 1902.

Considerado en su tiempo el patriarca de la prensa insular, fundó y dirigió La Ilustración de Canarias [1882-1884], una de las dos grandes publicaciones que tuvo el archipiélago en el siglo XIX (la otra fue Revista de Canarias de Elías Zerolo). También lo fue de Diario de Tenerife [1886-1917], periódico que supo mantener –dice Martínez Viera– “en la más completa imparcialidad, al margen de todo partidismo”, y de la revista ilustrada Artes y Letras [1903-1904].

Desde marzo hasta agosto de 1880 dirigió en La Laguna, con Adolfo Cabrera Pinto y los tres hermanos Zerolo Herrera en la redacción, el bisemanario de política y literatura El Popular. Llevó asimismo, entre 1881 y 1882, la dirección de la revista de la logia masónica Tinerfe, nº 114 de la capital tinerfeña, a la que pertenecía como dignatario, con el sobrenombre Tinguaro, y del periódico republicano Las Noticias, que editó en Santa Cruz de Tenerife con Rafael Calzadilla y Alfonso Dugour.

Sin embargo, fue en el extranjero, durante el exilio en Portugal con su hermano Nicolás, donde fundó y dirigió sus primeros periódicos: Miscelánea Ilustrada y la revista infantil La Floresta de la Juventud, en Oporto. Era el más joven de la ilustre saga de los Estévanez escritores. Vivió en Madrid en su juventud con Nicolás, al que acompañó en el exilio a Portugal, donde residió tres años, repartidos entre Lisboa, Cascaes y Oporto. En esta última población, las autoridades portuguesas lo detuvieron un Jueves Santo y lo obligaron a salir del país, por presiones del gobierno español, al haber permitido que Nicolás escapara antes de ser arrestado. Marchó entonces a Inglaterra, y de allí a Francia.

Trabajó como traductor para la Casa Garnier Hnos. de París, donde le pagaban cuarenta duros mensuales, lo que apenas le daba para subsistir. Desde la capital francesa enviaba al periódico El Globo, de Madrid, crónicas informativas fechadas en Santa Cruz, La Laguna y La Orotava, al tiempo que escribía para Revista de Canariasjugosos artículos sobre la actualidad política, cultural y social de Francia bajo el título Correspondencia de París, que combinaba con traducciones de novedades editoriales francesas, hasta que tuvo que regresar a Tenerife en 1880, enfermo del estómago. Elías Zerolo, al dar la noticia de su retorno en la gran revista que dirigía, escribió de don Patricio: Es el canario más canario que he conocido.

Fue una personalidad de primer rango en la vida política, social y artística tinerfeña: concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, cargo al que renunció para aceptar el de vicepresidente segundo en la sesión constitutiva del Cabildo Insular, en 1913; consejero y presidente accidental de la corporación insular, presidente de la Real Academia de Bellas Artes de Canarias, etc.

Ostentaba, entre otros, el título de Telegrafista de honor. Políticamente, era de filiación republicana federal. En la colección Biblioteca Canaria” le publicó Leoncio Rodríguez su trabajo Power (Santa Cruz de Tenerife, s/a), y Marcos Guimerá Peraza, las Cartas a Luis Maffiotte, con un estudio preliminar [Santa Cruz de Tenerife, 1976].

Su ciudad natal le debe consecuciones importantes en campos tan diversos como el urbanismo y las artes, que defendió con tenacidad y claridad desde las columnas de la prensa y a través de los cargos públicos que desempeñó.

Pérez Minik lo recuerda en estas líneas significativas: Por la mañana, al ir al colegio, o al mediodía, siempre entraba en el Diario de Tenerife, veía su inquietante movimiento, me trataba con los cajistas. Don Patricio Estévanez sabía muy bien quién era aquel niño, que iba siempre vestido de marinero, ya huérfano de padre, y sobrino de un concejal republicano del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, masón él, extranjerizante, y sus negocios de frutas con Inglaterra, mi tío Martín, tan amigo del viejo maestro, que aún mantenía su buena arboladura pero con las velas ya un poco echadas, los ojos azules, la barba burguesa de una época pasada, su traje oscuro, el andar difícil y su mano siempre tendida para la mejor acogida. Un recuerdo éste que se mantiene muy fijo en mi memoria. Cuando ya mayor visitaba la casa de Santa María de Gracia, la de los Estévanez, entonces como amigo de los Borges, Miguel y Paco, y de toda la familia, don Patricio Estévanez ya no estaba allí. El almendro de don Nicolás, sí. A estas alturas puedo afirmar que este almendro, con su dulce, fresca e inolvidable sobra es lo único que en mi país me ha ofrecido con claridad muy reveladora, el solitario sentido de la patria.

Extractado de ‘Periodistas Canarios. Siglos XVIII al XX’, obra de Eliseo Izquierdo

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