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Adiós a César Fernández, uno de los dioses de la radio

Carmelo Rivero elogia la maestría polifacética de César Fernández-Trujillo, "una parte considerable de la historia de la radio y el periodismo de la isla".

CARMELO RIVERO / MI EQUIPAJE

Con la voz de César se hacía radio. Y era una radio serena y rigurosa, valiente y culta. César Fernández-Trujillo pateaba los pueblos de la isla presentando verbenas con arraigado estilo de maestro de ceremonias. Se le daba a la perfección. Las fiestas populares necesitaban de su voz para hacerse creíbles. En esas tareas me lo tropecé con frecuencia aquí y allá. Y en todas las ocasiones me detenía a escucharle, a entender su lógica mediática en el acerbo del vecino de cualquier latitud. Se hacía entender sin alambiques ni cursiladas, con las expresiones exactas de cada celebración. Y tenía el sello de los clásicos que consagran lo que dicen como una verdad oficial, como Walter Conkrite o Dan Rather presentando noticias en la televisión americana. Siempre tuve a César en ese altar de los grandes comunicadores que hacen sencillo este oficio tan complicado cuando se vuelve arduo en bocas menos aptas o que carecen de ese don. El don de la palabra. Que sus inicios fueran en Radio Juventud, donde empezamos mi hermano Martín y yo a gatear en la radio de la mano de don José Agustín Gómez, me afilia a su escuela de las más respetables ondas. Nunca trabajamos juntos, aunque nos veíamos a menudo en la calle, coincidiendo en esas rutas de cada uno que son los itinerarios de nuestras vidas. Un día dejamos de estar allí, en la esquina del café habitual, del Platillo Volante, y sin embargo seguimos estando siempre en todos los sitios donde dejamos nuestra huella. A César me lo seguiré tropezando. Me pasa con los amigos que se van yendo, surgen de pronto en la mirada de un rostro casual que adopta su apariencia, o los imagino en cualquier parte de espaldas y los doy por ciertos de ese modo inopinado. César es una parte considerable de la historia de la radio y el periodismo de la isla. Leeré el libro que ha escrito sobre él su hijo, también César y Fernández-Trujillo, ‘Amigos oyentes’, y se me saltarán las lágrimas a buen seguro, como suele sucederme cuando repaso la vida de colegas que vertieron todas las horas en la misma copa y acaso no tuvieron en todo momento el mejor trago de despedida. Me alegro de haberlo conocido y oído y querido con mucho afecto en la intimidad de una admiración privada, que es la manera de aprecio que tiene el oyente cuando se siente agasajado. En la Cope y en Radio Isla me sentaba a gusto a escucharle dar noticias, entrevistar a personajes o interpretar como un artista la publicidad. De esa madera de voces polifacéticas, de hombres y mujeres que pasaron y su ejemplo les perpetúa, como ocurre con mi compañera y amiga Teresa Alfonso, con la que, por cierto, presentaban a dúo galas y concursos en los carnavales. Me contó muchas anécdotas cuando una vez lo llamé para que me relatara su vida en los Desayunos del Mencey. “Les presento a Chopin” (dijo en aquel acto pronunciando ‘Chopén’). Al final, el padre del niño artista, un hombre de pueblo, le corrigió: “Oiga, mi hijo no se llama Chopén, sino Chopín, porque a mí me dice ‘Chopo”. Ha muerto uno de los dioses de la radio en Canarias.

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