JORGE SENSERRICH
Con las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina y la convocatoria de unas generales en el horizonte, el periodismo patrio va a dedicar gran parte de su tiempo a cubrir campañas electorales. En teoría, la campaña electoral son esas dos semanas antes del día de la votación en que los políticos hacen todo lo posible para informar el electorado sobre sus propuestas electorales y logros recientes. En la práctica, todos sabemos el triste espectáculo que acabamos contemplando.
Aunque esto de tener campañas electorales que producen vergüenza ajena no es en absoluto algo inusual en otros países (basta con contemplar el dantesco espectáculo de las primarias republicanas estos días), lo cierto es que no debería ser así. Los políticos realmente podrían hacer algo más parecido a hablar de la realidad en el planeta Tierra con un poco de esfuerzo, y los votantes quizás acabaríamos por votar algo mejor informados.
Para que esto suceda, sin embargo, es necesario dar a los candidatos un pequeño empujón, un poco de ayuda para forzarles a abordar los temas con un poco más de seriedad. Dado que los votantes normalmente están demasiado ocupados como para seguir a los políticos soltándoles collejas cuando dicen banalidades, la tarea de conseguir que los candidatos se porten bien recae en los periodistas.
Ciertamente no es el trabajo de un pobre reportero de a pie, mal pagado y peor tratado por los partidos a los que debe cubrir, esto de proteger la democracia. Los periodistas también son humanos y tienen que entregar su columna antes de la hora del cierre, así que a menudo no están para salvar a los políticos de sí mismos. Lo que los reporteros y sus editores sí que pueden hacer, sin embargo, es tomar algunas medidas simples y sencillas para evitar hablar de cosas que en el fondo no son demasiado importantes cuando cubren la campaña, y al menos transmitir algo de información fidedigna al electorado. Con un poco de suerte, los políticos se darán cuenta que a veces decir cosas coherentes también sirve para salir en los medios, y quién sabe, quizás empiecen a cambiar de tono.
Veamos.
1. La estrategia electoral es irrelevante
A los periodistas les gusta hablar de política como si hablaran de ajedrez: una campaña electoral es un duelo entre estrategas que analizan el tablero electoral y plantan batalla con refinadas maniobras de comunicación política. Es un símil atractivo, aunque la realidad es bastante menos elegante. Una campaña electoral quizás sea una partida de ajedrez, pero entre contrincantes que están jugando por tercera o cuarta vez, no saben las reglas del todo bien, están de espaldas al tablero rodeados de gente gritándoles consejos e insultos, nadie les ha dicho en qué orden están las piezas y además están intentando derrotar a cinco adversarios en partidas simultáneas.
Dicho sin metáforas: en política realmente nadie puede ejecutar una estrategia coherente porque nadie sabe qué demonios piensa el electorado, si la percepción de la política ha cambiado, cómo funcionan los mensajes ni el punto de partida de los contendientes. El jefe de campaña con más experiencia tendrá, con suerte, cuatro o cinco elecciones remotamente comparables a sus espaldas, y fingirá que las lecciones de 1996 son plenamente relevantes este año. Su única suerte es que todos los partidos van más o menos igual de perdidos, así que las campañas y estrategias de cada uno serán casi igual de chapuceras. Hay una cantidad enorme de literatura académica que señala que las campañas electorales tienen un efecto más bien escaso en la intención de voto, en no poca medida porque todo el mundo opera con información muy limitada. Al final los políticos ganan o pierden según va la economía, más que cualquier otra cosa.
Por lo tanto, un consejo para periodistas: no pierdan el tiempo hablando sobre estrategias de campaña. Aunque escribir sesudos artículos de 1.000 palabras sobre los sentimientos y percepciones del círculo dirigente de un partido es la mar de entretenido y permite que todos los implicados se sientan importantes, la realidad es que el votante no saca absolutamente nada de ellos. Saber qué harán los políticos para ganar las elecciones es mucho menos importante que saber qué harán si ganan las elecciones. Concentraos en lo segundo, no en lo primero.
2. Las encuestas no nos dicen gran cosa
Todos somos unos impacientes, pero los periodistas lo son con la ansiedad añadida de que quieren ser los primeros en darnos la noticia, que eso que estábamos esperando ha llegado. Esto es especialmente visible cuando se trata de encuestas, el intento de los ciencias sociales de emplear el método científico para predecir qué nos van a traer los Reyes la noche electoral.
La cuestión es que de aquí a un mes exacto vamos a saber exactamente qué nos han traído las urnas; intentar especular sobre algo que vamos a ver sin márgenes de error, problemas de muestro, estimaciones sobre participación y cocinas basadas en simpatía y recuerdo de voto de aquí a unos días es un poco estúpido. Por añadidura, los comentaristas además suelen empezar a especular sobre estrategia electoral tras ver las estimaciones sobre voto, duplicando la pérdida de tiempo.
Los sondeos tienen sus usos, obviamente. A los politólogos, sin ir más lejos, nos encantan porque así podemos intentar descubrir qué grupo social apoya a cada partido, cambios estructurales en el electorado y demás. Predecir el voto, sin embargo, es un poco perder el tiempo, a no ser que seas un shaman fingiendo dominar eso de la estrategia electoral.
Y repito, no queremos meternos en eso.
3. La opinión de un político sobre su oponente no es demasiado interesante
Durante la campaña electoral el candidato del partido A va decir en voz alta lo que opina sobre el candidato del partido B. Hablará de algún atributo personal, sobre su capacidad de liderazgo, amor a España, compasión o grado de sumisión a los Gnomos de Zurich. Desde aquí puedo adelantar que esa opinión probablemente será negativa, y que el votante medio, tras escucharla, mantendrá exactamente la misma opinión sobre el candidato del partido B que tenía antes.
Para los periodistas un ejercicio interesante sería eliminar de sus crónicas lo que dicen los candidatos sobre sus contrincantes. Todos sabemos que no se van a lanzar flores, y todos sabemos que no es una opinión imparcial y desinteresada. En vez de cubrir la campaña como un largo diálogo de besugos en los que el trabajo de los reporteros consiste en mover micrófonos de un candidato a otro, no estaría de más cubrir con más detalle lo que proponen en vez de lo que critican.
4. Las elecciones tienen consecuencias. Hablemos sobre ellas
Un resultado electoral tiene consecuencias. Esto puede sonar como algo increíblemente obvio, pero a menudo leyendo los medios durante la campaña electoral es difícil entrever por qué el ganador del 27S es un poco más relevante que el ganador de la Liga de Campeones. La cobertura electoral debe concentrarse menos en lo que dicen o hacen los políticos (“Rajoy visitó…”) y más en qué dicen que cambiará si ellos ganan las elecciones o sacan un resultado lo suficiente decente como para meterse en una coalición.
En contra de lo que dice el tópico, los políticos intentan cumplir con sus promesas electorales, así que lo que dicen durante la campaña electoral sobre presente, pasado y futuro del país es bastante relevante. Escribir sobre las propuestas de los partidos no es perder el tiempo, es informar a los votantes sobre qué pueden esperar de ellos.
Por supuesto, esto no quiere decir que todo lo que proponen los políticos sea realista. Es más, los candidatos a menudo proponen cosas que no dependen de ellos, son imposiblemente caras o tendrían consecuencias desastrosas. Es difícil exigir a los periodistas que sean expertos en todos los temas que se tratan en unas elecciones, y lo es aún más que sean capaces de hablar sobre ello y mantener su imparcialidad. Lo que si se les puede pedir, sin embargo, es que cuando salga algo técnico o complicado se molesten en al menos preguntar a algún experto sobre lo que dice el candidato tiene sentido, o contiene altas dosis de realismo mágico. Sé de sobras que los expertos imparciales son casi tan abundantes como los unicornios, pero al menos pueden ofrecer algo de análisis.
Obviamente, estos cuatro consejos no harán que la política española sea mágicamente sensata, cuerda y coherente. La democracia tiene muchas virtudes, pero no es un sistema político que se distinga por ser demasiado exquisito en época electoral. Las campañas seguirán teniendo más ruido que señal, políticos cautos que no quieren explicarse, críticas y discursos banales y mucho dinero tirado a la basura en publicidad y consultores de imagen, pero al menos los lectores sufrirán un poco menos, y quizás tomen decisiones ligeramente más informadas. No sería un mal principio.
FUENTE: VOZPÓPULI