El prestigioso sitio web idiomaydeporte.com que dirige el doctor en Filología Hispánica, investigador y premio ‘Juan Antonio Samaranch’ de poesía deportiva, Jesús Castañón Rodríguez, inserta en su número de septiembre un artículo del presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife, Salvador García Llanos, titulado «Voces hijas naturales«, en el que glosa la adaptación de vocablos empleados en los juegos de infancia y juventud.
El texto es el siguiente:
Jorge Luis Borges confesó que, de niño, hablaba con una abuela en español y con la otra, en inglés. Y que ello era un hecho natural. A su revelación hay que remitirse para entender el empleo de las voces asimiladas de aquellos años de infancia, cuando era común en los partidos de fútbol jugados en la calle –confiando en que no aparecieran los municipales– o en cualquier descampado.
En efecto, en aquel paisaje hablado de la infancia que definiera el escritor realejero Álvaro Hernández Díaz, decíamos o gritábamos ‘fao’ (original, fault), para señalar falta o infracción; ‘orsai’ (derivado de offside, fuera de juego) para indicar que se estaba en esa situación antirreglamentaria; o ‘firriquí’ (supuesta castellanización del inglés freaky) que en aquellos años, en la jerga futbolera, se aplicaba a quien jugando de guardameta utilizaba las manos fuera del área o se salía de ella al despejar de portería. En nuestra generación, no llegamos al wing (traducido como extremo o ala) y tampoco al centre forward, fácilmente identificado como delantero centro y señalado sin rechistar con el nueve.
Pero, de aquel tiempo, se quedó el ‘espíque’ (adaptación de speaker, orador o locutor), el ‘suéter’, el ‘trailer’, el ‘tique’, el ‘cambullón’, las ‘quineguas’ y tantas otras voces hijas naturales utilizadas sin mucho esfuerzo y que predominaron en el habla común después de haberlas bautizado sin detenerse para nada en el origen, agrupándolas con el nombre común de anglicismos. En los ámbitos familiares y en las conversaciones de los mayores –allí donde permitían que escucharas– se aludía a la ‘Casa Yoba’ (por Yeoward), firma británica vinculada al comercio y al transporte de mercancías. Y también a los empaquetados o salones de ‘Faifes’ (por Fyffes), marca británica identificada para la exportación del plátano canario al continente europeo.
El ‘yespitinglis’ (se supone que una asimilación del ‘you speak english’) sirvió para intentar ligar extranjeras, no importaba su nacionalidad, o iniciar una conversación quién sabe si a la espera de una recompensa. Acaso fuera el arranque del ‘spanglish’. ‘Peni’ era la sencilla petición de penny, la moneda equivalente a la centésima parte de la libra esterlina. Y ‘queque’, la voz española de cake, para comerse un pastel, dulce o bizcocho. Con ‘flis’, adaptación de fleas, depositado en artefactos rudimentarios, se supone que había que espantar o acabar con los molestos insectos. Le gusta el ‘trinque’ (de drink, beber, tomar) servía para disfrazar alguna afición o suavizar la expresión borracho. Seguro que hay muchas más, que darían para un estudio lingüístico pormenorizado.
Lo cierto es que no se trataba de expresiones rebuscadas. Hoy, tan solo con los boom tecnológicos, el enfoque sería distinto, principalmente en el ámbito publicitario o de la mercadotecnia. El castellano trata de resistir pero, entre querer proyectar una autosuficiencia de conocimientos o pretender desprestigiar el español, difícilmente puede hacerlo. No se extrañen de quien ya va a cualquier lado con un traductor simultáneo. Entonces, en el paisaje de la infancia, chillábamos las adaptaciones.