
JOSÉ SIVERIO PÉREZ
Gracias… Muchas gracias… Confieso que no estoy muy seguro de que se deba sólo a su uso cotidiano esa generalizada costumbre de dar las gracias muchas veces, repetidas veces; y en ocasiones, hasta consignamos cantidades imaginarias, tales como mil gracias, un sinfín de gracias… Puede que sea por el tópico reiterado, pero preferiría suponer que en el ánimo del “agradecedor” pudiera pesar todavía algo de aquello de la gente de antes: “ que es de bien nacido, ser agradecido”… ¡Pues, ni por lo uno ni por lo otro, que no sea! Mil gracias, amigos y colegas de la Asociación de la Prensa de Tenerife: un millón de gracias a todos los aquí reunidos…
Hace apenas una semana, leíamos en prensa que un escritor de ahora novelista gaditano, con fama y relumbrón circundante, sostenía en su visita a la isla, que para él los premios literarios no son medallas, sino heridas de guerra del escritor. Vale; no haremos debate del asunto… Pero ¿y por qué no reconocer que para otros, incluso algunos de nosotros, los tales premios podrían significar tanto así como el azucarillo que reparte el domador de circo a sus mascotas en el espectáculo, según van cumpliendo docilmente lo ensayado tantas veces?
Me tengo por veterano en nuestra Asociación de la Prensa; aunque nunca tuve que ocupar cargo de responsabilidad ni de gobierno, cosa que ni me iba ni quería. No obstante, sí fui presidente de mesa de edad en unas elecciones para nueva directiva. Y no hace falta que les explique la ruidosa oleada de bromas que se montó en el preámbulo del acto, cuando se anunció oficialmente que la mesa sería presidida por “el más joven y el más viejo” …que era yo, claro. Y dicho así, sin adorno ni amortiguadores… Pero de todas las cariñosas bromas del momento, la que más me gustó fue que me llamaran abuelo, y me pidieran la bendición. Cosa que hice de buen grado, porque siempre he sabido bendecir como Dios manda. . . Si no, que lo atestigüen los aquí presentes Salvador García y Chicha Arozarena, cuyos matrimonios por la Iglesia tuve la satisfacción de bendecir.
De este activo presidente, el voluntarioso Salvador, tengo muchas cosas que recordar, que tal vez ahora para él estén ya en el rincón oscuro de su memoria. Lo acogí en Radio Cope cuando todavía era él un muchacho estudiante universitario, afanado en dar cumplimiento al mandato paterno “primero que nada la carrera… después se verá lo demás”. Y fue un recorrido meteórico su actividad radiofónica. Cuidaba el estilo y tenía donaire: huía de los ripios y respetaba a las personas; informaba y formaba; se esforzaba en no herir, ni siquiera en la referencia de las actas de algunos árbitros, que remendaba con cierta galanura. Se ganó la amistad y el aprecio de todos, especialmente los deportistas y aficionados. En algún momento difícil del club insular, se hizo famoso su diagnóstico: “El Tenerife es un club irredento” Y hasta al Presidente Pérez, tan quisquilloso para otras cosas, le caía bien la frase…. Pues es el caso que en una reunión de una Federación Provincial Deportiva con comida en un restorant de Tacoronte, no preciso ahora el año, tenían programada la entrega a Salvador García de un simbólico micrófono de honor. Los federativos me hicieron la honra de pedirme que fuera yo quien actuara personalmente en la entrega a Salvador. Y recuerdo muy bien que le dije: “Salvador: con la misma confianza y franqueza con que un día te ofrecí los micrófonos auténticos de Radio Popular, te entrego ahora este micrófono de honor en nombre de tantos amigos aquí presentes que reconocen tu quehacer y tus méritos.” … Creo que fue así, ¿verdad?
A María Luisa Arozarena la recuerdo de su etapa inicial en la redacción del Diario de Avisos. Fue designada por su periódico para acudir a Roma en junio de 1980 con la peregrinación diocesana que asistiría en el Vaticano a la Beatificación del Padre Anchieta y el Hermano Pedro. Aquella mañana de domingo en Roma, tuvimos que madrugar en la salida del hotel para trasladarnos en autocar desde muy temprano a la Basílica de San Pedro. La norma vaticana de estos actos y celebraciones es muy rigurosa y conocida. Los grupos de asistentes tienen asignados sus lugares de ubicación y todos han de llegar al templo una hora o más antes de que se cierren las puertas y haga su entrada el Papa con su cortejo de concelebrantes y ministros. Es indescriptible la algaravía de esos momentos. Los guías de grupos se desgañitan para recomendar, ”que no se separe nadie”, “que no pierdan de vista a los compañeros de delante”, “ no abandonen el asiento por nada”… El madrugón, el desayuno a toda marcha, el tumulto, el calor y el sofoco de tanta gente, las luces y grandiosidad de la basílica, justificaban la presencia abundante de efectivos de la Cruz Roja desplegados por todo el recinto… Yo, que en aquella ocasión podía presumir de enterado por mi asistencia años atrás a muchos actos y celebraciones, parecidas o más extraordinarias, en la basílica como aula conciliar, aproveché para darme un disimulado garbeo para otear los puntos estratégicos de aquella especial liturgia. Y fue entonces cuando la ví… ¡Sí, sí! …A nuestra Chicha Arozarena, con rostro de cera y mirada de angustia, se la llevaban en camilla miembros de Cruz Roja… Le di la mano y me fui junto a su camilla hasta el ancho tunel de las sacristías, donde estaba instalado el puesto de atención y cuidados. Era uno de los túneles que durante el Concilio había ocupado el gran bar-cafetería de los desayunos de los Padres Conciliares a media mañana. Alli, tras reconocer a nuestra amiga y ofrecerle un terroncito de azúcar con unas gotas de algun sedante, se comprobó que todo había sido una simple fatiga ocasional, y abandonamos la improvisada enfermería para encaminarnos hasta el lugar de nuestro grupo. Pero el susto y la súbita amargura, fueron de aúpa; que tampoco duraron más tiempo del que hemos invertido en contarlo.
He mencionado el Concilio, el Concilio Vaticano II, a una de cuyas etapas, la más importante sin duda, asistí y viví en primera línea periodística en el último cuatrimestre de 1965. Nuestro obispo Don Luis Franco parece ser que se propuso (según vine a saber más tarde) premiar mi abierta aceptación y disponibilidad para crear, instalar, organizar y poner en activo la emisora diocesana de Cope Tenerife, que figuraba entre sus proyectos básicos para esta su diócesis. Sencillamente me dijo en el verano de aquel año: “Creo que usted debe irse preparando para acompañarme a Roma en la última sesión del Concilio; y conviene que lo haga como periodista para remitir crónicas y comentarios de aquellas grandes asambleas a la prensa de aquí».
El joven periodista Javi Lima Estévez, mi paisano, ha despertado este asunto de un muy profundo letargo de más de cincuenta años con su atinada comunicación al segundo Congreso de historia del periodismo canario. Para muchos ha significado un verdadero descubrimiento …¡ Así es de volandera y escurridiza la actualidad.! Pero ,ciertamente, para todo el mundo, el Concilio Vaticano II fue un acontecimiento sorprendente y nunca imaginado, y para la Iglesia un auténtico remozamiento que puso muchas cosas en su sitio y otras las dejó encauzadas para su conveniente y decidida estabilización. La organización alcanzó grados de perfeccion: la Secretaría General, comandada por el italiano Monseñor Felici, lo sabía todo, lo contestaba todo, lo atendía todo, y todo lo tenía previsto. Fue otro de los sorpresivos aciertos del Papa Juan XXIII, al seleccionar tan excelentes equipos para las comisiones ejecutivas y demás órganos de dirección, con una reglamentación completísima que no dejaba suelto ni el más insignificante cabo; lo cual fue sin duda lo que animó al Papa Montini, tras la muerte del Papa Juan, a proclamar oficialmente, en el acto de su Coronación, que el Concilio Vaticano II se reanudaría, como estaba previsto, ese mismo año de 1963… Y a pesar de los augures del pesimismo externo, de la consabida reticencia de la antigualla clerical, y de los que descubrían fracasos un día y otro, el Concilio superó con creces cuanta cortapisa le saliera al paso, y corrigió textos, enmendó esquemas, acometió con sinceridad y denuedo los grandes asuntos que preocupaban a la humanidad contemporánea y puso de manifiesto sobradamente que la Iglesia del Concilio, en palabras de Pablo VI, “amaba al mundo, amaba a todos los seres humanos”.
Ahora, en este momento, no sería yo quien debiera asegurar si a través de mis cincuenta y tantas crónicas supe dejar claros estos pensamientos del Papa Montini. Pero sepan que fueron muchas y grandes las impresiones de asombro, de admiración, de satisfacción y de respeto que conservo de aquellos días, asambleas, celebraciones, personajes, acontecimientos, aprendizaje y experiencias de difícil olvido. Seguramente, ha sido nuestra generación la que mejor ha sabido valorar el Vaticano II; estos últimos años han servido a la cristiandad para ver en su seno campante y enaltecido el abundante fruto que acarreó el Concilio.
Por último, me falta añadir ahora que también debo agradecer al estimado Eliseo Izquierdo la amistad con que siempre nos hemos reconocido y comunicado, y hoy lo ha puesto él de manifiesto en las palabras que nos ha dirigido. Fue en La Laguna, claro, cuando ambos coincidimos en el afecto que dispensábamos al inolvidable poeta Antonio Reyes, el poeta de Icod el Alto, malogrado, que había sido mi condiscípulo en los estudios de bachillerato, y camarada de Eliseo, en La Laguna, también estudiante entonces, a quien primero daba a conocer Reyes sus inquietudes líricas. Me consta que tras la muerte súbita por accidente de Antonio Reyes, Eliseo se convirtió en su albacea literario y promotor entrañable de su figura, su talento y su memoria… Luego vendrían ocasiones suficientes para que nos encontráramos en la vieja Aguere remando juntos por ideales y gestiones relacionadas con las artes y las letras, especialmente con la linea del horizonte puesto en la figura del Padre Anchieta, San José Anchieta,y su casa lagunera, razón sin duda por la que fuimos constituidos miembros de la Comisión Diocesana en la Beatificación, (ambos estuvimos en Roma en tan señera fecha ) y también en la creación de una asociación de Amigos del Padre Anchieta, cuyos estatutos redactamos y logramos su aprobación oficial,… Indiferencias y tambien desinterés ajenos a nuestros propósitos acarrearon a la larga olvido y silencio para nuestro generoso trabajo. Pero Eliseo Izquierdo siguió siendo un hombre de estudio, de analisis y crítica científica y artística, escritor e historiador meticuloso del periodismo isleño y también poseedor del Premio Patricio Estévanez, y desde recientemente, cronista meritísimo de La Laguna. ¡Enhorabuena para él y para la Ciudad¡…
Lo dicho: Y por último y para todos… una sola palabra: ¡Gracias!