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‘Muletillas y tics verbales’, por Manuel Herrador

Penúltima entrega de la serie de extractos breves de aspectos sustantivos de ‘Manual de oratoria’.
Manuel Herrador con un ejemplar de su libro.
Manuel Herrador con un ejemplar de su libro.

MANUEL HERRADOR

ENTREGA 4ª [Extracto del capítulo 18 del “Manual de oratoria” de Manuel Herrador]

Uno de los objetivos que debemos perseguir para alcanzar una buena oratoria pública es que la proyección verbal sea limpia, equilibrada, exenta de matices que transmitan duda o desconocimiento y que puedan ensuciar el mensaje con ruidos extraños de vocales estiradas de manera malsonante, inapropiadas y acopladas a espacios colocados entre palabras y frases que deberían estar reservados a las pausas y a los silencios que, con el mismo derecho que los sonidos, deben existir dentro del propio mensaje hablado.

Definamos formalmente, según el Diccionario de la RAE, el término muletilla: “Voz o frase que se repite mucho por hábito”. Dicho de otra manera, expresiones insertadas entre dos palabras, o al principio de una frase, tales como “eeeehhhh…”, “buenoooo…”, “aaaahhhh…”, “mmmm…”, “estoooo…”, “loooo…”, “laaaa…” y algunas otras combinaciones sonoras imposibles de plasmar con una grafía inteligible.

Claro, después de algunos minutos escuchando a alguien llenar su exposición verbal con estos elementos sonoros, es lógico que el receptor perciba sensaciones negativas nada atractivas que, lamentablemente para el emisor, le desconectan de la atención hacia aquel. Si nos paramos a observar cualquier programa de radio o televisión con testimonios públicos, diálogos, tertulias y debates, incluso concursos y espacios de ocio, comprobaremos que el uso de voces, palabras y repetitivos giros verbales de ciertos sonidos es más frecuente de lo deseado.

Desde reputados profesores y expertos de cualquier materia hasta comunicadores de singular prestigio, pasando por ilustres empresarios, políticos y autoridades en general, acuden a este negativo e indeseable recurso verbal. ¿Por qué? La respuesta es elemental: falta de vocabulario, desconocimiento profundo del tema del que se habla, desinterés por esmerarse en la comparecencia pública o en la intervención en los medios de comunicación y, en demasiados casos, por una clara intención de ocultar la verdad de sus manifestaciones.

Lo malo para quien abusa de las muletillas y de los tics verbales es que quien le escucha se da cuenta de ello. En ocasiones —si su uso es desproporcionado— el receptor del mensaje lo detecta conscientemente y pierde todo el interés en seguir sus declaraciones o exposición, y en otros casos, aunque lo perciba de manera inconsciente y de forma automática, queda suspendido todo el proceso comunicativo.

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