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'Temor a comparecer en público: miedo escénico', por Manuel Herrador

Continuamos con la serie de extractos breves de aspectos sustantivos de ‘Manual de oratoria’, cuya publicación comenzamos la semana anterior.
Manuel Herrador con un ejemplar de su libro.
Manuel Herrador con un ejemplar de su libro.

MANUEL HERRADOR

ENTREGA 2ª [Extracto del capítulo 4 del “Manual de oratoria” de Manuel Herrador]

Adentrémonos, pues, en el apasionante mundo de la comunicación verbal/no verbal desde la base del aprendizaje cómodo, asimilando progresivamente técnicas de fácil identificación, sencillas, realizables, aplicando la lógica y el sentido común al proceso formativo a través de la constancia en el entrenamiento de los ejercicios propuestos en cada momento.

Salvo contadas excepciones, lo que habitualmente nos parece talento natural y atracción en un orador, es el resultado de la suma de una cuidada preparación más una dilatada experiencia.

Como en la mayoría de las disciplinas, cuanto más ensaye y practique, mayor dominio alcanzará; reflejará frente al público una imagen de controlada naturalidad, alejándose de poses artificiales, e incluso provocará que su comparecencia proyecte la sensación positiva de una intervención improvisada, reforzando así la credibilidad de su mensaje.

Abordemos el miedo escénico; por cierto, una desafortunada expresión vinculada a las personas que temen hablar en público y que procuro ni siquiera pronunciar por el oscuro carácter bloqueante que transmite; por el incómodo sentimiento de humillación que provoca; una trampa lingüística utilizada para calificar una desagradable sensación que, sin lugar a dudas, es neutralizable y puede anularse para evitar que sus negativos efectos perturben la oratoria.

Usemos, entonces, términos naturales más activos —comunes a las reacciones previas de los oradores— que sí aparecen en los prolegómenos de cada comparecencia: presión, nerviosismo, tensión, responsabilidad y emoción, todos ellos estimuladores positivos de la actitud personal; necesarios para canalizar correctamente la presentación con control, elegancia, equilibrio, interés, atracción, disfrute y gobierno.

Cuando preparamos una intervención debidamente estructurada, la llenamos de conocimiento y contenido y, finalmente, ensayamos y entrenamos —cuantas veces sea necesario—, entonces esas sensaciones negativas, por muy fuertes que parezcan, van desapareciendo poco a poco para dar paso a una responsabilidad y a una tensión razonables cuya función es, precisamente, impulsarnos conscientemente hacia la aplicación y el uso de las herramientas y técnicas de las que disponemos para cumplir con la misión preferencial del orador: comunicar favoreciendo que el mensaje llegue al receptor.

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