
MANUEL HERRADOR
ENTREGA 2ª [Extracto del capítulo 4 del “Manual de oratoria” de Manuel Herrador]
Adentrémonos, pues, en el apasionante mundo de la comunicación verbal/no verbal desde la base del aprendizaje cómodo, asimilando progresivamente técnicas de fácil identificación, sencillas, realizables, aplicando la lógica y el sentido común al proceso formativo a través de la constancia en el entrenamiento de los ejercicios propuestos en cada momento.
Salvo contadas excepciones, lo que habitualmente nos parece talento natural y atracción en un orador, es el resultado de la suma de una cuidada preparación más una dilatada experiencia.
Como en la mayoría de las disciplinas, cuanto más ensaye y practique, mayor dominio alcanzará; reflejará frente al público una imagen de controlada naturalidad, alejándose de poses artificiales, e incluso provocará que su comparecencia proyecte la sensación positiva de una intervención improvisada, reforzando así la credibilidad de su mensaje.
Abordemos el miedo escénico; por cierto, una desafortunada expresión vinculada a las personas que temen hablar en público y que procuro ni siquiera pronunciar por el oscuro carácter bloqueante que transmite; por el incómodo sentimiento de humillación que provoca; una trampa lingüística utilizada para calificar una desagradable sensación que, sin lugar a dudas, es neutralizable y puede anularse para evitar que sus negativos efectos perturben la oratoria.
Usemos, entonces, términos naturales más activos —comunes a las reacciones previas de los oradores— que sí aparecen en los prolegómenos de cada comparecencia: presión, nerviosismo, tensión, responsabilidad y emoción, todos ellos estimuladores positivos de la actitud personal; necesarios para canalizar correctamente la presentación con control, elegancia, equilibrio, interés, atracción, disfrute y gobierno.
Cuando preparamos una intervención debidamente estructurada, la llenamos de conocimiento y contenido y, finalmente, ensayamos y entrenamos —cuantas veces sea necesario—, entonces esas sensaciones negativas, por muy fuertes que parezcan, van desapareciendo poco a poco para dar paso a una responsabilidad y a una tensión razonables cuya función es, precisamente, impulsarnos conscientemente hacia la aplicación y el uso de las herramientas y técnicas de las que disponemos para cumplir con la misión preferencial del orador: comunicar favoreciendo que el mensaje llegue al receptor.