
AGUSTÍN GAJATE
Desde hace unos cuantos meses, por obra y gracia de algunos políticos ahora en la oposición pero que entonces ejercían el poder en funciones, los promotores de un canal pirata de televisión del norte de Tenerife, mediante la creación de una nueva empresa, ya que la anterior estaba plagada de deudas y sanciones, consiguieron arrendar una licencia legal para la explotación de un canal del servicio de televisión digital terrestre de ámbito local, con cobertura municipal, en Santa Cruz de Tenerife, (canal 24, lote 11B, referencia TL06TF, no múltiplex), pero que se puede ver en otros muchos puntos de la isla y, sobre todo, en los municipios del norte, lo que parece un incumplimiento de la normativa reguladora de las emisiones por canales de TDT y una competencia desleal hacia otras emisoras y cadenas locales y regionales de televisión que respetan la normativa en tiempos especialmente difíciles para la captación de publicidad.
Al margen de cuestiones legales en materia de cobertura televisiva, esta emisora privada, trenzada con similares mimbres que los del antiguo canal pirata, se presenta ante la sociedad con una parrilla de programación donde “la información local y el entretenimiento son las piezas clave. Nuestro objetivo fundamental es ser considerados por la audiencia como el canal televisivo referente de la información cultural de Tenerife (sobre arte, ciencia, literatura, cine, teatro, deportes autóctonos, costumbres, gastronomía, cobertura de exposiciones, obras de teatro, conferencias, etc.) con programas informativos, políticos y de entrevistas.”
Hasta ahí todo parece aceptable e incluso asumible. Pero del dicho al hecho no solo hay un trecho, sino un inmenso abismo. La información cultural a la que hace referencia se refiere exclusivamente a las actividades, que no siempre son culturales, de los ayuntamientos patrocinadores, que en la actualidad son fundamentalmente tres: La Orotava, Los Realejos y Santiago del Teide, el primero gobernado por Coalición Canaria y los otros dos por el Partido Popular. A estas propuestas se añaden algunos espacios de contenido nacional facilitados por el Grupo Cadena Media, algunos de ellos con mensajes que parecen proceder la época feudal, así como resúmenes y recuerdos de fiestas populares, oficios religiosos católicos y otros montajes de lo más variopinto de escaso interés colectivo y nulo rigor documental o periodístico.
Pero donde el abismo se hace todavía más profundo es en los denominados programas informativos y en aquellos de carácter político. Los primeros presuponemos que son las grabaciones de las ruedas de prensa que convocan sus patrocinadores públicos y privados, publireportajes de sus anunciantes y entrevistas a representantes de éstos, así como a políticos y empresarios ideológicamente afines a los promotores de la emisora. Porque no creo que consideren como espacios informativos los programas dedicados a tertulia y a comentar las noticias que facilitan otros medios de comunicación, manipulando en ocasiones contenidos audiovisulaes obtenidos sin permiso y sin citar la fuente, para difundirlos con un formato de ‘fake news’.
Estos espacios son prescindibles desde el momento en el que cualquier grupo de personas sentado en la mesa de un bar hace comentarios de actualidad más inteligentes, constructivos e interesantes que los que participan en estos programas, con el agravante de que algunas afirmaciones que se difunden están trufadas de odio hacia representantes políticos que han sido elegidos por los ciudadanos y que podrán equivocarse y ser mejores o peores personas, pero precisamente por ocupar cargos para los que han tenido que ser elegidos democráticamente merecen un respeto, aunque discrepemos de sus decisiones y pertenezcan a formaciones políticas de cualquier ideología.
Un ejemplo de lo que relato pudo verse hace escasos días al comienzo de una de las tertulias, cuando el más beligerante de los participantes, defensor del franquismo y de la ultraderecha más rancia y radical, glosaba las bondades de uno de sus patrocinadores, una carnicería del Mercado de Nuestra Señora de África, lo que aprovechaba para insultar a un político en los siguientes términos: “… no veremos sino hambre, porque ese ser infecto, feo, petudo, con pinta de rata, nos quiere llevar a eso”. Estas palabras fueron pronunciadas en medio de un comentario publicitario en relación a uno de sus anunciantes y donde no figuraba la palabra “publicidad” por ningún lado. Tampoco fueron fruto de un acalorado debate político, sin que ello sirva como excusa para este deleznable comportamiento y uso del lenguaje.
Otro ejemplo del odio que destila este personaje se enmarcó dentro de un espacio de “análisis” de la actualidad, donde apostilló después de una retahíla de improperios, ofensas y calumnias hacia representantes, integrantes e incluso votantes de una formación política: “…les tengo que insultar, porque ellos insultan mi inteligencia.”
Ahí fue cuando comprendí que este sujeto que aparece en la pantalla de algunos escasos televisores, pero que tiene importantes patrocinadores y algunos pequeños anunciantes incautos, desconocía en qué consiste la inteligencia y, que según la RAE, es la “capacidad de entender o comprender, de resolver problemas; conocimiento, habilidad, destreza y experiencia…” y que cuando se le añade la palabra emocional significa “capacidad de percibir y controlar los propios sentimientos y saber interpretar los de los demás”.
Hace poco constatamos como fracasaba un proyecto de televisión pública promovido por el Cabildo de Tenerife porque no cumplió sus objetivos, lo que debería llevar a plantearnos y a que se planteen los patrocinadores del canal que emite tanta hostilidad si, después de las iniciativas privadas que fracasaron por culpa de la crisis, lo que propone este canal pirata travestido de legalidad es un modelo válido de televisión local para el futuro, donde un individuo puede transpirar su odio sin límites a través de las pantallas y pontificar sin inteligencia, ni conocimientos, ni formación académica a favor de la involución y no del progreso sostenible, dentro una situación social y económica de extraordinaria complejidad y de escasez de recursos económicos públicos y privados.