Inicio | 2021 | ‘¡Oh, director, mi director!’, por José Miguel Galarza

‘¡Oh, director, mi director!’, por José Miguel Galarza

“Ahora que sus pares lo premian, más cerca de una jubilación que nunca –espero– será del todo, conviene rescatar la figura de Jorge Bethencourt González”.
JORGE BETENCUR, DIRECTOR ENTE TELEVISION AUTONOMICA
Jorge Bethencourt.

JOSÉ MIGUEL GALARZA

La Asociación de Periodistas de Santa Cruz de Tenerife acaba de conceder el Premio Patricio Estévanez y Murphy a Jorge Bethencourt como reconocimiento a más de cuarenta años de ejercicio, y enseñanza, de un oficio que dejó de aprender en una facultad para arrimarse al magisterio de Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca en aquel pionero Diario de Avisos de los años setenta. Como sé que el primer Jorge al que conocí abominaba del elogio público y prefería una cena entre los suyos con sobremesa interminable, me permitiré este tributo a riesgo de irritarle, lo justo espero. Tantas veces que mi espíritu cartesiano le sacó de quicio cuando era su subordinado en La Gaceta de Canarias, esta vez será por una causa mejor que defender mi titular largo frente al suyo de tres palabras, más páginas para la sección de deportes o un respeto sagrado a la hora de cierre o de las reuniones, que nunca se entendió Jorge con la puntualidad.

En aquella Gaceta de la primera mitad de los noventa, Jorge ya había puesto casi todo patas arriba cuando aparecí por la redacción una tarde de marzo de 1992. Como no nos conocíamos, yo solo era el hermano de Juan Galarza que leía sus columnas entre el deleite y la envidia (sana) y él ya era el rey de un enorme grupo de periodistas, en todos los sentidos, sobre los que se había ganado la ascendencia no tanto por galones, como por valía. Jorge sabía de casi todo, incluida de la historia reciente de Canarias, ese vicio luego en desuso. Y de lo que no, preguntaba lo justo para hacerse una idea con la que valorar la importancia de una noticia, el interés de un reportaje o el mérito de una pieza resuelta tras mil y una llamadas, cuando Internet era ver la tele, el correo electrónico el fax y WhatsApp dejar un recado en un contestador automático. Twitter, ya se ha dicho, era sentarte en la barra de un bar para poner la oreja o sentenciar sobre lo que fuera.

En ese mundo que hoy luce prehistórico, JB fue un director moderno que nació en los tiempos de la linotipia y adivinó como pocos lo que se venía con la informática. Yo tuve la fortuna de rozar unos años antes con el magisterio de Manolo Trapote durante su breve paso por El Día, pero aquel tiempo en La Gaceta acabó por ser un final de carrera formativa antes de que uno se sintiera capacitado para el ejercicio del periodismo.

Con Jorge conocimos la importancia de las reuniones de primera y de la foto de portada. Que los temas se siguen hasta que se consiguen, que las fuentes hay que trabajarlas y que un titular es el eje sobre el que gira cualquier pieza: “Primero el título y luego lo demás”. Que el planillo debe adaptarse a lo que manda a cada día y que Deportes no debía ser una sección en la que solo escribieran los de Deportes. Con él conocimos el valor de las contracrónicas y por él nos comíamos la cabeza seleccionando la imagen que mejor acompañaba un texto.

Y con Jorge, que era esto, pero muchas cosas más, vio publicadas sus primeras piezas un montón de gente que luego hizo carrera. Unas porque por aquella Gaceta, al calor de sus columnas y de sus titulares osados, se asomaron muchos jóvenes que debieron pensar que podrían llegar a donde Jorge –un periodista completo–, en mi caso, porque Jorge provocaba –sin uno saberlo, él seguro que consciente– una tendencia obsesiva a hacer más (cosas diferentes), a atreverte con más (temas) y a contar con más (personas). Jorge fue el culpable de que aquella sección de Deportes, y aquel periódico, dieran una oportunidad a alevines de periodistas o de fotógrafos. Para unos fue el primer escalón de sus carreras. Otros, meros colaboradores ocasionales. Al cabo, un hijo del periódico y de su director que alcanzó la adultez como nunca antes o después.

Ahora que sus pares lo premian, más cerca de una jubilación que nunca –espero– será del todo, conviene rescatar la figura de Jorge Bethencourt González, hijo de Güímar y de don Trino, periodista, profesor emérito de periodismo y ejemplo perfecto para entender que a hacer periodismo escrito se hacía –y se debería hacer– haciendo periódicos. Supongo que lo demás son Ciencias de la Comunicación, lo único que nunca consiguió explicarme Jorge.

(Artículo publicado en el periódico ‘El Día’)

 

 

Compartir este contenido