
MANUEL MARLASCA
Ocurrió en la penúltima guerra en suelo europeo, en un gélido mes de enero. Yo era un joven e inexperto reportero al que la vida regaló cubrir aquel conflicto durante varios meses entre los años 1991 y 1992. Estábamos en las afueras de Sarajevo, en tierra de nadie, una franja que era batida a diario por los temibles francotiradores del ejército serbio. Allí, permanentemente expuesto, malvivía un pequeño grupo de ancianos en una residencia. Hablamos con ellos y con los responsables del asilo, que no distinguían etnias ni nacionalidades a la hora de ofrecer sus cuidados y que recogían casi todos los días el cadáver de alguno de sus internos, alcanzado por las balas de los tiradores. Hasta nos enseñaron la gorra del último caído, en la que se apreciaba el agujero que dejó el proyectil que lo mató.
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