
JUAN CRUZ RUIZ / EL DÍA
Aquella mañana temprano bajamos todos al periódico (o subimos, Francisco Ayala vivía al lado, yo vivía más arriba, cerca de La Cuesta, Ernesto Salcedo vivía en la calle Méndez Núñez, Gilberto Alemán vivía en Sabino Berthelot…) como impulsados por un silbato. Claro, había muerto Franco. Cuando yo llegué ya estaba Tinerfe, muy temprano. Estaba llorando.
Era el 20 de noviembre de 1975. Un país de luto. Periódicos de luto. Editoriales de luto. Crespones. Desfiles luctuosos en Madrid y en todas las partes de España. En Tenerife también. En toda Canarias. Nuestra sociedad, perdonen que diga lo evidente, es muy conservadora, y aquí había mucho franquista, mucho exdivisionario, mucho nostálgico del Cara al sol y de otros himnos falangistas; mucho brazo en alto había aquí. Aquí se hizo una cuestación para dedicarle a la dictadura un monumento en lo más bello de Santa Cruz, la Avenida de Anaga. Pobre Juan Ávalos, el gran escultor, metido en esos líos de lealtades por el singular, y estrafalario, gobernador Juan Pablos Abril, que es el que hizo esa cuestación.
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