
MANUEL HERRADOR
ENTREGA 3ª [Extracto del capítulo 17 del “Manual de oratoria” de Manuel Herrador]
La ausencia de sonido también forma parte destacada y directa dentro de la comunicación y de la expresión verbal.
El silencio —debidamente articulado— proyecta determinadas actitudes y sentimientos, sensaciones de expectación o efectos de conclusión a los receptores de un mensaje. El silencio es una bella pieza que debemos manejar a discreción, sin abusar de ella, sin potenciarla más de lo que el momento y el concepto textual requiera, pero de aplicación obligada a nuestras intervenciones públicas con absoluta seguridad de que su función expresiva y el efecto intuitivo que provoca en quien lo recibe es positivo e ineludible.
En capítulos anteriores hemos comprobado que el aislamiento de uno o más términos entre espacios de silencio genera una potenciación del protagonismo del elemento o elementos seleccionados. Esta es una de las maneras más recurrentes de activar una enfatización especial a una o más palabras. Y no existe ni un solo texto, ni una sola propuesta verbal, ni una sola locución audiovisual que esté exenta de la aplicación de este noble efecto rompedor de monotonías y generador de contrastes y brillos sonoros, de subrayados verbales y, a la vez, indispensable destacador de conceptos.
Pero si bien esta capacidad enfática es una de las piezas básicas de cualquier locución, no es menos cierto que posee virtudes comunicativas adicionales que posibilitan que el receptor comprenda, ordene, procese y estructure mentalmente el mensaje proyectado. La técnica para activar este mecanismo de cierre de idea, de finalización de párrafo o de conclusión definitiva de una lectura o exposición verbal es simple y, a la par, efectiva.
Para ello aislaremos mediante una pausa los últimos términos de la parte del texto que corresponda (una, dos, tres o cuatro palabras será suficiente); en ese punto aplicaremos el silencio, la pausa, y su duración será directamente proporcional al grado de conclusión que deseemos transmitir a nuestros receptores, espectadores u oyentes. A mayor tiempo de ausencia de voz, más efecto concluyente se proyectará.
Finalmente, a los términos que hemos dejado aislados y que debemos verbalizar tras la pausa, se les aplicará una velocidad inferior a la que podríamos llamar velocidad crucero utilizada previamente en nuestra locución o exposición verbal.