
RUBÉN ARRANZ / VOZPÓPULI
Es difícil encontrar en el mundo a niños que a los 3 años se pregunten si su padre es una buena o una mala persona; o si es dañino o no. A esa edad, los humanos son inocentes y confiados; y nadie suele cuestionar a los adultos. Más bien, admirarlos de forma desproporcionada. Algo similar sucede cuando alguien es un ciudadano corriente y moliente a quien muestran las posibilidades de internet y le enseñan que en tan sólo unos segundos puede encontrar respuestas a la mayoría de las preguntas y disfrutar de servicios gratuitos de correo electrónico, entretenimiento audiovisual y almacenamiento de archivos. ¿Quién porfiaría de ello en principio?
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