Manifestación en Madrid en defensa de la prensa. FOTO: DOMINIQUE FAGET / AFP
Los periodistas que tienen aún trabajo están en el Titanic de una profesión que, en efecto, tal como la hemos conocido se va a pique. Esa imagen cruel pero gráfica la escuché en la radio la mañana de este jueves, 3 de mayo, en la ronda de declaraciones de la jornada de protesta con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Primero fueron los cambios tecnológicos (ahí se le vieron las orejas al lobo) y después esta devastadora crisis (publicitaria) que cierra más de medio centenar de medios en medio del miedo generalizado. El balance es seis mil y pico colegas en la calle. No haciendo periodismo de la calle, si acaso literalmente haciendo la calle. Mal pagar al periodista condenado genéricamente al paro es prostituir esta profesión que también, a su modo, es ‘la más antigua’. ¿Dónde quedan ahora las palabras del Nobel colombiano acerca del ‘mejor oficio del mundo’? ¿A cuál de los dos atribuir esa bella definición del autor de ‘Memoria de mis putas tristes’? Están acabando con un oficio artesanal que se informatizó a trompicones encasquetando un ordenador bajo el brazo del hombre de Neandertal y búscate la vida. Una vez hundido el barco, habrá que reinventar este periodismo disidente que se va diluyendo en las redes y los blogs si no se resiste en los pasquines cuando desaparezca la mayoría de los periódicos de papel. Si aguanta con la terquedad de la radio, dada reiteradamente por muerta, habrá periodismo del sálvese quien pueda, el freelance, o no habrá. Particularmente, he abrazado la inestabilidad laboral con estoicismo converso, impelido a la emprendeduría como saco sin fondo de supervivientes de todos los gremios caídos en desgracia. No queda otra. Las concentraciones de este jueves en las plazas de cuarenta ciudades (‘Sin periodistas no hay periodismo; sin periodismo no hay democracia”) reivindican una práctica digna de un trabajador que sobrenada, entre ahogaduras, bajo amenazas de irse directamente de patitas a la calle propulsado por un ERE, o prejubilado para mayor deshonra cuando creía tener ganada la batalla del tiempo, que debía de ser oro en la mayor profesión de la experiencia, se nos dijo. Los que se van con viento fresco y veinte días por año se dan con un canto en los dientes. Merecen eso y volver a empezar. De cero. No es profesión de galones. Cuando te echan, te los arrancan todos de la guerrera. El paro es una degradación. Amordazar la profesión bajo estos yugos indecentes que someten al personal suficientemente apercibido de perder el trabajo a la primera de cambio; explotar a veteranos y becarios confundidos en la misma reata con salarios de miseria, y extender la regencia del miedo como nuevo capitalismo de la comunicación es, cuánto lo siento, matar la bobada romántica que uno se creyó cuando era niño y subía las escaleras de La Tarde para entregarle el artículo a don Víctor Zurita soñando con tener algún día una mesa propia en la Redacción. Se jodió el invento: el viejo periodismo, y, a su vez, se requetejodió el nuevo periodismo que se las prometía tan felices. Ahora que la cosa está jodida, a joderse, y que salga el sol por Antequera. Nos pondremos en las esquinas a repartir volanderas en bata blanca, como si el derecho a la información lo pudieran proteger, por último, los fantasmas del periodista .