SALVADOR GARCÍA LLANOS
La conclusión es bien sencilla: asegúrate con tres o cuatro fuentes antes de escribir lo que quieras plasmar, lo que van leer al día siguiente, compruébalo por ti mismo, a ser posible, y no correrás riesgos de errores o de desmentidos. Y así no tendrás que rectificar.
Parece una obviedad aplastante pero no es tal. Entre la precipitación, el afán de anticipo, la negligencia o la falta de profesionalidad resulta que a menudo metemos la pata (ahora se dice la gamba, no se sabe muy bien si con propósito atenuante), o sea, publicamos una falsedad, un hecho que no se produjo; o damos por cierta una situación noticiosa que aún no se había consumado; o reciclamos una información pasada sin precisar las circunstancias de fecha o de consecuencias, o ponemos en boca de alguien una manifestación que en realidad había sido hecha por otra persona.
Pero, ¿qué ocurre si el error se publica? ¿Qué hacer con una información falsa que ve la luz, cuando el fallo ya es un hecho? Para quienes aprendimos en las redacciones, estaba muy claro: no se publican falsedades. Como no se debe basar una información en rumores, por mucha antesala de la noticia que éstos quieran dar a entender. Es imprescindible asegurarse, hay que verificar.
Nos dijeron entonces que The Times presumía de no haber rectificado jamás a lo largo de su historia. Hasta que una buena fecha publicó la noticia del fallecimiento de un miembro de la Cámara de los Lores, la Cámara Alta del Parlamento del Reino Unido, cuando no se había producido. Al día siguiente, comprobado que el hombre seguía vivo y coleando, y para mantenerse fiel al principio de no rectificar jamás, publicó una información titulada “Ayer volvió a la vida…, miembro de la Cámara de los Lores”.
Este ejemplo, según hemos contado en alguna ocasión, fue utilizado por la dirección de Diario de Avisos cuando se nos ocurrió escribir la necrológica de un repartidor del periódico, muy popular y apreciado. Hasta tres personas, en el trayecto que mediaba entre la redacción y el domicilio, nos dijeron que había fallecido. En principio, no había duda. Pero la extrema gravedad y una intervención quirúrgica no culminaron en fatal desenlace, como alguien se encargó de hacer circular. El personaje sobrevivió hasta a una caída de su camilla. En la mañana de un festivo Jueves Santo, con el periódico circulando a tope, no se hablaba de otra cosa en el pueblo. “Adiós, Esteban” fue el título del obituario. En medio de la desazón y temiendo la bronca de la dirección, ésta se despachó con un “Hola, Esteban” para tratar con amabilidad y la mejor manera posible “la vuelta a la vida” del repartidor.
La periodista y profesora peruana Esther Vargas, especializada en social media y máster en periodismo digital en el Instituto Universitario de Posgrado, en España, ha subrayado la importancia de pedir disculpas, dentro y fuera de las redes sociales. “La audiencia que hoy nos sigue en las redes sociales –escribe- no es tonta y eso es bueno para el periodismo y para los periodistas. La audiencia –que se indigna a veces sin razón y a veces con mucha razón- es crítica con el mal periodista pero creo que es mucho más severa con ese periodista que luego de cometer un error mayúsculo, evita pedir disculpas”.
Pero así como cabe pensar que para un medio convencional, aún condicionado por la inmediatez, se toman todas las precauciones posibles antes de transmitir, emitir o insertar una información, con las redes sociales no ocurre igual, hay muchos elementos que se escapan. Para la profesora Vargas las disculpas son necesarias dentro y fuera de las redes: “Son una señal de respeto con nuestros seguidores, una muestra de arrepentimiento sincero, un aterrizar para darnos cuenta de que no somos infalibles y que equivocarnos puede ser un tropiezo, pero jamás una constante si buscamos servir a la comunidad, uno de los roles del periodismo”.
A menudo se escucha o se lee la frase esa, “los periodistas siempre tienen la razón”, con la que se pone una suerte de sello a la creencia de que esa última palabra es intocable. En definitiva, que los periodistas nunca pierden. Puede que, en efecto, estemos muy mal acostumbrados en ese sentido, por lo que en un campo tan inmenso como el de las redes sociales que, sin ser medios, se han convertido en unas inagotables plataformas de comunicación, habrá que afinar antes de afirmar subjetivamente nada y registrarlo. El daño a personas, instituciones u organizaciones, así como las repercusiones derivadas, pueden ser muy perjudiciales.
Si además de equivocarse de forma flagrante, luego no se reconoce el fallo, con la humildad debida, estaremos haciendo un flaco favor a la profesión. Y a la comunidad que nos sigue. Así que la responsabilidad empieza, precisamente, por asegurar la veracidad de la información. A fin de cuentas, las rigideces británicas hoy est&aacut
e;n demodé en una sociedad tan permeable y que evoluciona a velocidad galopante. De bits, mejor dicho.