
SALVADOR GARCÍA LLANOS
Cuando le tocó, pues resulta que no puso el punto final. Estaba sin edad y sin ganas para jubilarse, pero uno de esos expedientes reguladores le brindó la oportunidad de engrosar las clases pasivas.
Y así, despacio, como llegó, la jubilación vino a buscarla temprano. Deja huella, la muy laboriosa. Claro, como que es una obsesionada de la organización, de las cosas bien hechas. Al final, del trabajo mismo. Y no es un afán de controlarlo todo, según pudiera interpretarse. No: es, sencillamente, sentido de la responsabilidad, el que acreditó siempre, en todos los lugares donde ejerció y donde asumió tareas de jefatura o de dirección. En el periodismo, donde no es fácil hallar la seriedad que distinga el oficio, la profesionalidad se acredita con rigor y perseverancia. No es que sean demasiadas cualidades, es que son las indispensables para llegar y mantenerse, para afrontar los retos y los cambios de todo tipo, incluidos los políticos.
En verdad, las reunió. Quienes hemos trabajado a su lado, lo contrastamos. Y quienes han seguido su trayectoria saben que no es una exageración. Su tío Rafael, autor de Mararía, tiene razones para sentirse orgulloso.
María Luisa Arozarena, la galardonada, de quien escribimos, ha sabido ganarse, además, el respeto y el afecto no sólo de la clase periodística sino de los agentes sociales. Esta consideración no es un halago oportunista: es la prueba constatada de un comportamiento cabal, consecuente con el compromiso adquirido en la dirección de la radio pública en Canarias en cuyo ámbito el término pluralismo sobresalió con pleno fundamento.
En ninguno de los cometidos que le fueron asignados, María Luisa Arozarena ambicionó más que el cumplimiento del sagrado deber de informar, de salir puntualmente, de transmitir en los momentos precisos, de realizar los encargos de otras latitudes, de facilitar la tarea de los redactores y técnicos, de velar por la pureza de las comunicaciones… Ha sido, en suma, una periodista ‘todoterreno’ a la que importó poco el brillo personal: le ponía más la labor de equipo, el engranaje organizativo de una jornada electoral, la seguridad de la presencia en las convocatorias, la cobertura rigurosa de un acontecimiento o de un suceso. Estaba atenta a todo, eso es.
La emoción del día de su toma de posesión como directora de RNE en Canarias, allá por 1994, sustituyendo a otro grande de los micrófonos canarios, José Antonio Pardellas, estaba impregnada de responsabilidad. Conocía la casa a fondo y estaba lejos de saber que un día habría de participar activamente en un proceso de restructuración y regulación de plantilla. Lo hizo sin alharacas y sin estridencias. Otro máster que añadir a su currículum. Después vinieron los cambios gubernamentales, esos de ida y vuelta que ella lidió con entereza y profesionalidad, las virtudes que le valieron para seguir al frente de la emisora y para recibir la oferta de alguna responsabilidad superior que desechó porque igual quería culminar su carrera profesional en el cargo que dejó.
María Luisa, muy buena conocedora de la sociedad santacrucera, por cierto, ejerció, además, con generosidad. Porque sabía discrepar y afear alguna conducta. Ha sido la suya una auctoritas ejemplar. En los periódicos, en la agencia y en la radio. Los valores que atesoró, tanto humanos como profesionales, están a la vista. Y de ellos también ha dejado huella en la vicepresidencia de esta asociación.
Lo que es impepinable: María Luisa Arozarena Marrero, distinguida recientemente por el Gobierno de la Comunidad Autónoma, con la Medalla de Oro de Canarias, es que posee un background (conjunto de conocimientos y experiencias que constituyen el bagaje de una persona) descomunal. Que venía a la isla un personaje público destacado, ya hiciera la cobertura ella misma o la encargara con los debidos antecedentes que memorizaba y detallaba con fruición, ahí estaba ella. Que había una convocatoria llamativa que exigía un tratamiento informativo adecuado, la preparaba convenientemente y advertía tanto de la secuencia horaria como de las personas de contacto, por si se producía algún inconveniente, ella en su sitio. Que se desconocían los enlaces familiares de alguna persona fallecida, ahí estaba para precisarlos. Y si quedaba alguna sombra o dudas por desconocimiento, ella, en silencio, verificaba. Y se aseguraba. A su lado, hay que reírse de muchos argumentarios que circulan por esos ámbitos políticos. O en el metaverso.
Desde aquellos tiempos, ya lejanos, en que coincidimos, casi mesa con mesa, en la sede de Santa Rosalía, 85, de Diario de Avisos, se le apreciaban dotes de mando, mejor dicho, de organización y gestión, lo indispensable para tener a su cargo la sección de un periódico. Parecía orientarse hacia el periodismo deportivo, pero ella escogió el generalista porque podía, porque tenía facultades y aptitudes para hacerlo. Nada o casi nada del panorama informativo le era ajeno.
Después coincidimos durante una breve etapa en el Centro Emisor del Atlántico de Radio Nacional de España, allí descubrimos que esa magia atribuida en plan tópico era inagotable. Y eso que hacíamos un solo programa mientras ella estaba en la coordinación de informativos y en lo que hiciera falta. Por algo la llamaban la jefa. Cuando accedió a la dirección, pudimos palpar personalmente el respeto que supo granjearse con los subordinados y cómo era tenido en cuenta en eso que todos, en alguna ocasión, hemos llamado Madrid, con cuyos prebostes luchó a brazo partido para las desconexiones y otros menesteres. Mantuvo un exquisito equilibrio político de modo que nadie le reprochara algún tratamiento informativo o alguna ausencia en alguna comparecencia informativa. Y afrontó con éxito una expansión de la señal en todas las islas, el gran impacto de su gestión. Veinticuatro años, que se dice pronto, catorce como directora.
Cuando le llegó la hora de la jubilación siguió cumpliendo con las solicitudes de colaboración de otras emisoras que le llovían, respetando normativas y demás regulaciones de incompatibilidades. Un testimonio demasiado valioso como para desperdiciarlo. Y encima, puntual cumplidora, expresión certera de su compromiso y de su seriedad. Jamás ha concebido asumir una tarea sin que dejara de corresponder. Un día, unos minutos, una fecha, una sesión, un acto… Ella siempre ha estado ahí, donde la invitaban.
Por eso depositamos nuestra confianza para que asumiera la vicepresidencia de la Asociación de Periodistas de Santa Cruz de Tenerife (APT), cometido en el que siempre está predispuesta. Para lo bueno y para lo malo. Siempre fue una defensora a ultranza de la igualdad de oportunidades y mantiene, aún de jubilada, un alto grado de compromiso social.
Arozarena, en definitiva, recibió un oro muy merecido y ahora el premio instituido por esta asociación para enaltecer una trayectoria. Seguro que muchos compañeros y compañeras que conocen de sus cualidades se han alegrado. Ha demostrado que la constancia es la virtud tras la cual todas las demás proporcionan su fruto.
Nos congratulamos. Siquiera para seguir disfrutando de su background.