Juan Carlos Laviana (Zenda Libros) | El cofundador y director, durante veinticinco años, de The New Yorker Harold Ross dedicó la mayor parte de su vida a un imposible. Asumió como una misión elaborar la revista perfecta o, lo que viene a ser lo mismo, el periodismo perfecto. No admitía términos medios ni la menor mácula que desluciese su objetivo.
Sabíamos de la singularidad de un personaje estrambótico, como Ross, pero es ahora cuando nos llegan los detalles sobre el director que dio cobijo a los grandes escritores de su tiempo, a los pioneros de lo que décadas más tarde se llamaría “nuevo periodismo”. Nos llegan a través de un libro publicado originalmente en 1957, que ahora, gracias a una trabajada edición de Libros Walden, podemos disfrutar con traducción de Manuel Moreno y prólogo de Rodrigo Fresán.