Kirvin Larios (Red Ética / Fundación Gabo) | Gabriel García Márquez convivió tanto con el exilio y los exiliados, que en 1977 firmó el prólogo de un libro de cuentos titulado ¡Exilio!, de un grupo de autores de Latinoamérica. “Para muchos latinoamericanos tal vez el exilio ya sea la patria”, escribió al inicio del texto. Siete años antes, en el prólogo a la edición en libro de Relato de un náufrago, describió el exilio como una “balsa a la deriva”. En 1955 –durante la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla– había publicado por entregas, en el diario El Espectador, aquella historia sobre el marinero Luis Alejandro Velasco, el único sobreviviente de los marinos que cayeron por la borda del destructor Caldas, de la Marina de Guerra de Colombia, cuya mercancía de contrabando proveniente de Estados Unidos le impidió a la embarcación maniobrar como debía. A raíz de esa publicación, el joven reportero inició, en Europa, un “exilio errante y un poco nostálgico”; condición que tuvo que soportar múltiples veces debido a las amenazas o riesgo de ser asesinado. En 1981, a un año de recibir el Premio Nobel de Literatura, a causa de la persecución política en Colombia tuvo que asilarse en México, país donde ya se había afincado y escrito, entre otras obras, Cien años de soledad.
Periodismo en el exilio: cómo investigar y desnudar una dictadura en el destierro
¿Cómo cambia el trabajo de una redacción periodística obligada a dejar su país? ¿Cómo investigar de forma profunda desde fuera? ¿Cómo contradecir a los que buscan silenciarte?
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