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‘Miles de días en los periódicos / 7. El inolvidable olor de la tinta’, por Juan Cruz Ruiz

“Whisky hubo, naturalmente, era un tiempo de mucho whisky, pero hubo también mucho arte, y buen arte, y mucho esfuerzo por hacerlo plural, sorprendente y conocido”.
Pedro González fue uno de los que se puso al frente de Nuestro Arte, el movimiento que en Tenerife aglutinó a viejas y nuevas generaciones. (EL DÍA)
Pedro González fue uno de los que se puso al frente de Nuestro Arte, el movimiento que en Tenerife aglutinó a viejas y nuevas generaciones. (EL DÍA)

JUAN CRUZ RUIZ

Homenaje a Gonzalo Suárez.

Titulé esta serie sobre las primeras andanzas que me llevaron al oficio de periodista con un memorable título que el escritor y cineasta Gonzalo Suárez le dio a una sección que, en los años 60, llevó en la revista Dicen de Barcelona, Las suelas de mis zapatos. Ahí publicó el legendario artista, que ahora además publica nuevo libro, El cementerio azul, en Random House, piezas impares debidas a un talento especial para narrar y, en este caso, para contar el fútbol. Lo hizo con el seudónimo de Martín Girard, leyenda en el mejor periodismo español.

Con la lectura de esas crónicas de Gonzalo yo me hice periodista, así que con el título Las suelas de mis zapatos inicié en su homenaje esta desordenada autobiografía. Ahora he sabido por Gonzalo que se va a reeditar el conjunto de aquel célebre testimonio de sus propias andanzas, así que me guardo el inocente plagio y, como es natural, anuncio con alborozo la publicación de las verdaderas suelas, y recupero para esta serie propia el título El revés y el derecho, que por otra parte es un flagrante robo a un libro también memorable de Albert Camus.

No era únicamente Nuestro Whisky.

Los años cincuenta y sesenta del siglo pasado había entre nosotros, en Canarias, un ambiente que puede definirse con una frase inolvidable del cubano Severo Sarduy. Se vivía «una atmósfera sangrienta alrededor», pues la dictadura era un fuerte inseguro que perseguía todo lo que no se movía a su favor. El arte se revolvía en las islas, había movimientos que mostraban inquietud ante una situación que, tras la guerra civil, asfixiaba cualquier atisbo de libertad.

Pedro González, uno de los artistas (pintor, escritor) decía que se manifestaban precisamente «contra la asfixia». Él fue uno de los que se puso al frente de Nuestro Arte, el movimiento que en Tenerife aglutinó a viejas y nuevas generaciones, creó una editorial, puso en marcha revistas y exposiciones, dio entrada a viejos y a nuevos protagonistas del aire disociador (como decía Domingo Pérez Minik, citando a Lope de Vega) contemporáneo. En Gran Canaria Juan Rodríguez Doreste y Pedro Lezcano, entre muchos otros, eran cómplices y protagonistas de parecidas inquietudes, y algunos éramos cronistas de lo que pasaba en un sitio y en otro del Archipiélago, hasta que, en el caso tinerfeño, se fue diluyendo Nuestro Arte, mientras surgían en una isla y en otra algunos movimientos que no alcanzaron la raigambre de aquella explosión tranquila que algunos satirizaron llamándola Nuestro Whisky.

Whisky hubo, naturalmente, era un tiempo de mucho whisky, pero hubo también mucho arte, y buen arte, y mucho esfuerzo por hacerlo plural, sorprendente y conocido.

Silencio, la siesta.

Tras Nuestro Arte hubo la siesta que precede al olvido y al silencio, pero siempre ha habido esforzados que han rebuscado en hemerotecas y en pinacotecas y en viejas librerías testimonios de aquel temporal que debió haber tenido una continuidad que se perdió en el silencio, a pesar de que siguieron vivos y disponibles y activos muchos de los que impulsaron Nuestro Arte, entre los cuales aquel Pedro González o Antonio Vizcaya eran pioneros que siempre podían contar a quien quisiera, periodistas o estudiosos, cómo fue aquel periodo de resistencia ante la nada a la que el régimen quiso reducir el talento contemporáneo.

Aquella expresión que nació para desacreditarlos, o para olvidarlos, tuvo más éxito que el que consiguió la esencia de lo que se trataba de reducir a un eslogan tonto, Nuestro Whisky, pues al talento de lo que hicieron no lo ahogó nunca el licor.

Y llegaron los nórdicos.

Las hemerotecas y los museos están llenos de aquellos testimonios de tinta fresca, de periodismo y pintura, de escritura y de poesía, que dejaron atrás aquellos sucesores de la muy célebre Gaceta de Arte, algunos de cuyos componentes (Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, Pedro García Cabrera) hicieron piña con los jóvenes que venían pisando fuerte. Entre ellos hubo riñas y abrazos amores y trifulcas, algunas de las cuales acabaron a zapatazos. Pero era tan viva la convivencia, tan nutritiva, que ahora se echa de menos que en las quietas aguas de la desidia, el olvido o la envidia, no surja gente así, propiciada por instituciones que ahora duermen un sueño injusto, aunque a su frente haya jóvenes que eran impetuosos exactamente el día antes de tomar posesión de sus carteras casi ministeriales. Esta quietud ha venido a ser desafiada por dos jóvenes nórdicos, Mathias Beck y Lars Amundsen, uno alemán, el otro danés, que llevan años en las islas tratándonos de recordar que lo olvidado es muy importante. En esta ocasión han recopilado un impresionante testimonio de la gran contribución que a la tipografía hicieron aquellos personajes que han sido dibujados como si estuvieran todo el día con un whisky en la mano perdiendo el tiempo en el Sotomayor.

Esa exposición que reivindica el talento gráfico que alentó la herencia de Nuestro Arte acabó el pasado domingo, 24 de abril, en el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz, que por cierto acogió desde el principio los trabajos del grupo, gracias al rigor y al empuje de dos contemporáneos, Miguel Tarquis y Antonio Vizcaya.

En las paredes de este viejo testimonio de otra época canaria del arte hay palabras que fueron claves en aquella historia de la tipografía del movimiento Nuestro Artes. Entre ellas, las palabras huella, nitidez o poesía, que definen ambiciones de una época que se empeñaron en marcar como oscura los que hubieran querido que Canarias y su arte fueran mustios, remotos u oscuros. Fue una revolución peculiar, pues no produjo grandes terremotos, pero que fue abriendo el camino para que jóvenes (como Maribel Nazco, José Luis Fajardo o Pepe Abad, felizmente vivos y creando) mantuvieran un espíritu del que tuve la fortuna y el honor de ser cronista.

Ahora les toca a los nórdicos sacar la antorcha para iluminar, por ejemplo, una hermosa rememoración tipográfica que recuerda la portada editorial de Nuestro Arte. Hierro y madera para rendir homenaje a un acontecimiento que no merece el olvido.

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