Laboratorio de Periodismo | Durante más de siglo y medio, The Economist ha mantenido una de las normas editoriales más singulares del periodismo anglosajón: la ausencia de firmas. Ningún artículo va rubricado. La redacción se presenta como una única voz coral que transmite el análisis con una autoridad institucional, sin resquicios para el ego del autor ni para el lucimiento personal. Esa apuesta por el anonimato ha reforzado su prestigio como publicación de referencia en asuntos económicos, políticos y científicos. Pero en un ecosistema mediático donde los nuevos formatos digitales exigen vínculos personales más nítidos, esa tradición ha empezado a tensionarse.
Los boletines por correo y los pódcast no son simplemente nuevos canales de distribución de contenidos. Funcionan en espacios íntimos —la bandeja de entrada, la aplicación de audio en el móvil, los auriculares en un trayecto solitario— y exigen un tono directo, personal y reconocible. Los medios que han logrado crear audiencias fieles en esos formatos lo han hecho a través de voces identificables, con estilo propio y tono cercano. Esa lógica choca con el modelo de The Economist, que, hasta hace poco, mantenía incluso sus pódcast sin atribución individual. Media Voices ha recogido en un extenso reportaje los cambios que está aplicando The Econonomist.